Este
bello tratadito de la Biblioteca Hermética, es una arenga a la "metanoia", es decir, al cambio de la mentalidad, o mejor, a que el "ojo del corazón" se vuelva (lo que está implícito en el término religioso de "convertirse" = volverse, abandonar el camino hasta entonces seguido) hacia el Centro, a la concentración interior y a la contemplación, dejando de lado la "tumba", el mundo ilusorio y la multiplicidad de la existencia, para retornar al Uno, único necesario. Es uno de los temas favoritos de Hermes, como ya puede verse en el Poimandres, pues la "metanoia", que implica una busca activa de la inteligencia y comprensión de la Luz, es el primer paso hacia el Reino, la condición sine qua non elemental.
Nótese
también el concepto iniciático, pues el mayor mal es "desconocer", carecer de la gnosis o conocimiento de Dios y de la Naturaleza.
TRATADO
VII - QUE LA MAYOR DESGRACIA ES NO CONOCER A DIOS.
¿A
dónde vais ebrios, oh hombres,
que
os bebéis tan puro el vino de la ignorancia,
que
ya no lo podéis soportar y estáis por vomitarlo?
¡Quedad
sobrios, detenéos!
¡Alzad
los ojos del corazón, si no todos al menos los que puedan!
Porque
el mal de la ignorancia inunda la entera Tierra,
y
corrompe al alma aprisionada en el cuerpo,
impidiéndole
anclar en el puerto de la libertad.
No
os dejéis arrastrar por la impetuosidad del oleaje,
antes,
aprovechando
una creciente,
los
que podáis,
alcanzad
el puerto de la libertad,
anclad
allí,
buscad
la mano que os guíe a las puertas del conocimiento,
donde
está la Luz brillante, libre de toda tiniebla,
donde
nadie se emborracha,
sino
donde todos, sobrios,
alzan
los ojos del corazón hacia Aquel que quiere ser visto.
Porque
no se deja oír, ni describir, ni ver con los ojos,
sino
con la inteligencia y el corazón.
Pero
antes es necesario que desgarres la vestidura que llevas,
el
velo de la ignorancia,
el
sostén de la maldad,
el
cepo de la degradación,
el
antro tenebroso,
la
muerte viva,
el
cadáver sensible,
la
tumba que siempre te acompaña,
el
ladrón doméstico,
el
que por lo que ama, te odia, y por lo que odia, te cela.
Este
es el enemigo que revestiste como túnica,
que
te estrangula y te arrastra abajo, hacia él,
no
sea que alces la mirada y,
contemplando
la Belleza de la Verdad y el Bien que allí reside,
comiences
a odiar su maldad,
comprendas
las trampas que contra ti maquina:
pues
atonta el sentido de observación, tan despreciado,
cegándolo
con abundante materia,
abundando
en innobles voluptuosidades,
para
que no escuches las cosas que debes oír
ni
mires las cosas que tienes que ver.